Cuando entré en Yale, pensé que todos aquellos tipos listos allí reunidos merecían una oportunidad.
¿Y decidió dársela?
Yo sólo ofrecía soluciones informáticas aún inexistentes a empresas y buscaba talentos en Yale para diseñarlas.
¿Y colaba? ¿De dónde sacaba tanta confianza en sí mismo?
Al final colaba, porque - virtud o defecto-carezco de miedo al fracaso; ese estúpido terror paralizante a meter la pata que nos disuade de hacer lo que de verdad queremos.
También nos ahorra algún ridículo.
El ridículo es no intentarlo. De hecho, si no te equivocas es que estás haciendo algo mal... Y si no te equivocas nunca, es que lo estás haciendo mal siempre.
¿. ..?
Si no te equivocas, es porque no arriesgas, no pones al límite tus capacidades, no mejoras. Te has conformado con repetir rutinariamente aquello que no es siquiera lo que sabes hacer mejor, sino sólo lo que sabes que puedes repetir sin equivocarte.
Equivocarse tampoco es una garantía.
De vez en cuando hay que acertar, claro, pero para poder encestar un triple glorioso hay que haber fallado muchas canastas.
¿Y convencía a sus compañeros o hacía el ridículo a la hora de cumplir contrato?
Los programadores son tipos muy listos - si no me cree a mí, pregúnteles a ellos-y entonces, además, estaban buscadísimos, pero yo era mejor negociando sueldos, así que, entre todos, llegamos a buenos acuerdos.
¿Qué estudiaba usted en Yale?
Ingeniería informática: era investigador en el programa de inteligencia artificial. Al acabar, el jefe del programa nos dijo: "Bien, chicos, hemos demostrado que no tenemos ni idea de cómo funciona el cerebro".
Algo es algo.
Bueno, también certificamos que el cerebro es buenísimo sabiendo lo que no sabe.
¿. ..?
Busque cualquier dato en un ordenador: tendrá que revisar lenta y laboriosamente cada archivo hasta que la máquina certifique que no lo tiene, pero si yo le pregunto quién es el alcalde de mi pueblo y su cerebro no lo sabe, me dirá ipso facto: "No lo sé".
¿Y se hizo usted rico en Yale?
No, pero hice el ruido suficiente para ganarme una sanción grave por hacer negocios sin licencia en el campus. Mi profesor, de hecho, exigió que me expulsaran.
Yo creía que hacer negocios era bueno.
¡Yo también! Me fui directo al presidente y le dije que si estábamos allí para aprender a generar valor para los demás hasta ser capaces algún día de ofrecerles un buen empleo..., ¡yo estaba dándolo ya!
¿Convenció al presidente?
¡Me dio una mesa, una silla y una lámpara!
Bien.
Después cogió el teléfono y llamó a Paul Allen, socio de Bill Gates, y ex alumno de Yale, que me invitó a ser su socio.
¡Guau!
Pues no funcionó. Gates sólo pensaba en dinero, y yo creo que es mejor qué puedes hacer con él por la gente. Así que me fui a la NASA para ser programador de verdad y ganarme el respeto de la profesión. Y después monté mi primera gran empresa, CTI.
¿También con estudiantes?
Sí, pero tan hambrientos y aventureros como yo. Buscamos presas; estudiamos el negocio de las agencias de viaje y vimos que nos lo podíamos merendar, porque lo único que ofrecían de verdad al cliente era el acceso al ordenador con el que comprar billetes.
¿Y...?
Simplemente, había que diseñar el software para que cualquiera pudiera comprarlos desde el ordenador en su casa. Los agentes de viajes nos apodaron los enterradores.
No me extraña.
Cometimos muchos errores, pero también acertamos, hasta que un día llegaron los tipos de American Express con trajes que valían más que mi coche y nos compraron.
¿Por qué?
No sé si fue una compra ofensiva - para crecer con nuestro negocio-o defensiva - para cerrarlo y quitarnos de en medio-...,pero pagaron... ¡Y una fortuna!
¿Cuál fue la siguiente aventura?
Me chifla el cine, así que hice una película.
¿Usted sabe algo de cine?
Ni idea, por eso me limité a financiarla y producirla, que de eso sí sé. Y a buscar talentos que la rodaran. De eso también sé. Al final, los chicos me sacaron en una escena en la que me asesinan. Era Cabin fever.
Me suena.
Fue un supertaquillazo, y salgo dos minutos.
¿Qué hace ahora?
Presido Enable Holdings. Si mira el Nasdaq, verá que no nos va mal.
Les va muy bien.
Hemos vendido por internet dos mil millones de dólares de stocks de productos a bajo precio que sus fabricantes no habían logrado colocar en las tiendas.
Parecido a los billetes último minuto.
En que todos ganan. La compañía llena sus asientos aunque sea por poco dinero; el tipo que viaja por 30 dólares a Londres, feliz, aunque deba levantarse a las cinco de la mañana y hacer tres transbordos, y nosotros, encantados de quedarnos un margen.
La clave es que las comunicaciones son gratis. O casi.
¡Exacto! Y aún quedan negocios por hacer para aprovecharlo.
La Contra
"El ego es el primer enemigo del emprendedor", dice Jeff. Y no es que a él le falte, pero sabe desactivarlo con humor (no deja de reírse de sí mismo): "El miedo de tu ego al ridículo te paraliza; te impide desafiar tus límites. Si logras vencerlo, ganas, pero entonces te convencerá de que eres un tío listo y te planteará dos nuevos problemas: primero, aceptar que no eres ni la mitad de listo de lo que te crees y que necesitas un equipo; y, segundo, que ese equipo - es clave-debe ser más listo que tú. Pero tu ego, en el fondo, es tan vanidoso como inseguro y tendrá miedo a fichar a los mejores, no sea que te hagan sombra. Por eso, emprender es saber poner tu empresa por delante de tu propio ego".
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